CULTURA PARA LA SALUD Y NO PARA LA ENFERMEDAD

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La enfermedad de estar siempre ocupados

 
 
 
 
 
 
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¿Quién no ha dicho al dicho alguna vez?
“Estoy muy ocupada. Muy ocupada. Tengo demasiadas cosas ahora mismo.”

Últimamente nadie tiene tiempo para nada, siempre hay algo qué hacer. Incluso cuando se deja tiempo libre para el ocio, a veces este resulta más estresante que el el trabajo mismo. Sobre esta constante que se está instaurando en nuestra sociedad, Duke, Omid-safi, escribió el artículo que te dejamos a continuación sobre porqué vivir ocupado puede ser realmente una enfermedad:

Hace un par de días vi a una amiga que quiero mucho. Pasé a preguntarle cómo estaba ella y su familia, pero cuando me miró sólo suspiró con una voz baja: “Estoy demasiado ocupada, tengo más tareas de las que puedo realizar”. Casi inmediatamente después me topé con otro amigo y quise saber cómo iba todo, pero nuevamente recibí el mismo tono y la misma respuesta: “Estoy muy ocupado, tengo demasiadas cosas que hacer”. El tono era cansado, incluso exhausto.

Y no sólo nos pasa a los adultos. Cuando nos mudamos hace diez años, estábamos emocionados por cambiarnos a una ciudad con buenos colegios. Encontramos un buen vecindario con mucha diversidad de gente y muchas familias. Todo estaba bien.

Después de instalarnos, visitamos a uno de nuestros amables vecinos y les preguntamos si nuestras hijas podrían conocerse y jugar juntas. La madre, una persona realmente encantadora, cogió su teléfono y empezó a mirar la agenda. Pasó un rato deslizando la pantalla y al final dijo:  “Tiene un hueco de 45 minutos en las próximas dos semanas. El resto del tiempo tiene gimnasia, piano y clases de canto. Está muy ocupada.”

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Los hábitos destructivos empiezan pronto, muy pronto.

¿Cómo hemos terminado viviendo así? ¿Por qué nos hacemos esto a nosotros mismos? ¿Por qué se lo hacemos a nuestros hijos? ¿Cuándo se nos olvidó que somos “seres” humanos y no “haceres” humanos?

¿Qué pasó con el mundo en el que los niños se ensuciaban con barro, lo ponían todo perdido y a veces se aburrían? ¿Tenemos que quererlos tanto como para sobrecargarlos de tareas y hacerles sentir tan estresados como nosotros?

¿Qué pasó con el mundo en el que podíamos sentarnos con la gente que más queremos y tener largas conversaciones sobre nosotros mismos, sin prisa por terminar?

¿Cómo hemos creado un mundo en el que tenemos más y más cosas que hacer con menos tiempo libre (en general), menos tiempo para reflexionar, menos tiempo para simplemente… ser?

ritmo de vida acelerado

Sócrates dijo: “Una vida sin examen, no merece ser vivida.”

¿Cómo se supone que podemos vivir, reflexionar, ser o convertirnos en humanos completos si estamos constantemente ocupados?

Esta enfermedad de estar “ocupado” es intrínsecamente destructiva para nuestra salud y bienestar. Debilita la capacidad de concentrarnos completamente en quienes más queremos y nos separa de convertirnos en el tipo de sociedad que tan desesperadamente clamamos.

Desde los años 50 hemos tenido tantas innovaciones tecnológicas que nos prometimos hacer nuestras vidas más fáciles, más rápidas, más sencillas. Aun así, hoy no tenemos más tiempo disponible que hace algunas décadas.

Para algunos de nosotros, “los privilegiados”, las líneas entre el trabajo y la vida personal desaparecen. Siempre estamos con algún aparato. Todo el tiempo.

Tener un smartphone o un ordenador portátil significa que deja de existir la división entre la oficina y nuestra casa. Cuando los niños se van a la cama, nosotros nos conectamos.

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Una de mis rutinas diarias es revisar una avalancha de correos. Me suelo referir a esto como “mi yihad contra el correo”. Estoy constantemente enterrado bajo cientos y cientos de correos, y no tengo ni la más remota idea de cómo detenerlo. He intentado diferentes técnicas: respondiendo sólo por las mañanas, no respondiendo los fines de semana, diciéndole a la gente que nos comuniquemos cara a cara… Pero siguen llegando, en cantidades ingentes: correos personales, correos del trabajo, incluso híbridos. Y la gente espera una respuesta a esos correos. Ahora, resulta que quien está demasiado ocupado soy yo.

La realidad es muy diferente para otros. Para algunos, tener dos trabajos en sectores mal pagados es la única forma de mantener una familia a flote. El veinte por ciento de los niños de EE.UU. viven en la pobreza y muchos de sus padres trabajan por salarios mínimos para poner un techo sobre sus cabezas y algo de comida en la mesa. También están muy ocupados.

Los viejos modelos (incluyendo el del núcleo familiar sólo con un padre trabajando, si es que tal cosa alguna vez existió) ha pasado de largo para muchos de nosotros. Sabemos que existe una mayoría de familias en las que la unidad familiar está separada o con ambos padres trabajando. Y no funciona.

No tiene que ser así.

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En muchas culturas musulmanas, cuando quieres preguntarle a alguien qué tal le va, dices: en árabe, ¿Kayf haal-ik? o, en persa, ¿Haal-e shomaa chetoreh? ¿Cómo está tu haal?

¿Qué es ese haal por el que preguntas? Es una palabra para preguntar por el estado transitorio del corazón de uno. En realidad preguntamos “¿Cómo está tu corazón en este momento exacto, en este mismo suspiro? Cuando nosotros preguntamos “¿Qué tal estás?”, esto es exactamente lo que queremos saber de la otra persona.

No pregunto cuantas cosas tienes por hacer, no pregunto cuantos correos tienes pendientes de leer. Quiero saber cómo estás en este preciso momento. Cuéntame. Dime que tu corazón está contento, dime que tu corazón está dolorido, que está triste y que necesita contacto humano. Examina tu propio corazón, explora tu alma y después cuéntame algo sobre ambos.

Dime que recuerdas que sigues siendo un ser humano, no sólo un “hacer” humano. Dime que eres algo más que una máquina completando tareas. Ten esa charla, ese contacto. Ten una conversación sanadora, aquí y ahora.

Pon tu mano en mi hombro, mírame a los ojos y conecta conmigo por un segundo. Cuéntame algo sobre tu corazón y despierta al mío. Ayúdame a recordar que yo también soy un ser humano pleno que necesita contacto con otros humanos.

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Enseño en una universidad en la que hay muchos estudiantes orgullosos de si mismos con el estilo de vida “estudiar mucho, desfasar mucho”. Esto probablemente podría ser un reflejo de buena parte de nuestro estilo de vida.

No tengo soluciones mágicas. Lo único que sé es que estamos perdiendo la capacidad de vivir una vida plena.

Necesitamos una relación diferente con el trabajo y la tecnología. Sabemos lo que queremos: una vida con significado, sentido de humanidad y una existencia justa. No es sólo tener cosas. Queremos ser completamente humanos.

W. B. Yeats escribió una vez:
“Se necesita más coraje para escudriñar los rincones oscuros de tu propia alma que para luchar en un campo de batalla.”

¿Cómo se supone que vamos a examinar los rincones oscuros de nuestra alma si no tenemos tiempo? ¿Cómo podremos vivir una vida sujeta a examen?

Siempre soy prisionero de la esperanza, pero me pregunto si estamos dispuestos a reflexionar sobre cómo hacerlo y sobre cómo vivir de otra manera. De alguna forma, necesitamos un modelo diferente de reorganización individual, social, familiar y humanitario.

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Quiero que mis hijos se ensucien, que lo ensucien todo y que incluso se aburran. Quiero que tengamos un tipo de existencia en el que podamos detenernos por un momento, mirar a otras personas a los ojos, tocarnos y preguntarnos mutuamente ¿cómo está tu corazón?. Me estoy tomando tiempo para reflexionar sobre mi propia existencia; estoy lo suficientemente en contacto con mi propio corazón y alma para saber cómo me siento y para saber cómo expresarlo.

¿Cómo está tu corazón hoy?

Déjame insistir en un tipo de conexión humano-a-humano en la que cuando uno de nosotros responda “Estoy muy ocupado”, podamos responder “Lo sé. Todos lo estamos. Pero quiero saber cómo está tu corazón.

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El increíble tesoro que estamos malgastando


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Por GAZZETTA DEL APOCALIPSIS

El ser humano actual dispone de una riqueza sin precedentes.

Y no, no estamos hablando de avances tecnológicos, dinero, ni materias primas…

Invertimos grandes cantidades de energía discutiendo sobre el reparto del dinero y de los recursos en la sociedad y sin embargo ignoramos la gestión de una de las mayores riquezas de las que disfrutamos actualmente.

Estamos hablando del EXCEDENTE DE TIEMPO.

Como hemos dicho otras veces, nuestro tiempo de vida tiene un valor absoluto e incalculable.

A diferencia de un billete o de una pepita de oro, a los cuales podríamos considerar una simple estampita de papel o un vulgar fragmento de metal si así lo estimáramos, y que por lo tanto, tienen exactamente el valor que nosotros les otorguemos, nuestro tiempo de vida es un tesoro de valor inconmensurable, que no podemos comprar, vender ni negociar.

El tiempo del que disponemos es nuestra vida en sí misma.

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Durante siglos, el ser humano, como el resto de los animales, se ha visto obligado a emplear gran parte de su tiempo vital en garantizar su subsistencia y cumplir con sus necesidades biológicas básicas.

Cuando hemos hablado de personas ricas y poderosas, de nobles o de la realeza, la mayoría de nosotros solo nos hemos fijado en los aspectos más aparentes, como el dinero, las casas, los lujos, las vestimentas, la alimentación; sin embargo, hemos ignorado que la mayor riqueza de la que han disfrutado las personas privilegiadas a lo largo de la historia es que no han tenido que emplear gran parte de su tiempo en garantizar su subsistencia y sus quehaceres cotidianos.

El tiempo que deberían emplear en trabajar para pagarse un techo y comida, cocinar o limpiar su ropa, por poner algunos ejemplos, lo han podido dedicar a cualquier otro tipo de actividad, desde la diversión a la formación, con la tranquilidad de saber que sus necesidades básicas estaban bien cubiertas.

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En eso consiste realmente ser rico: en disponer de un amplio excedente de tiempo.

En ese aspecto, el ser humano medio actual en el mundo occidental, es el más rico de la historia o al menos debería serlo si aprovechara bien sus recursos.

Los avances científicos y tecnológicos y las conquistas sociales obtenidas tras tantos siglos de luchas y sacrificios, nos han permitido rescatar gran parte del tiempo que debíamos emplear antes en producir nuestra comida, acceder al agua, tejer nuestra ropa, conseguir un techo o desplazarnos de un lugar a otro.

Hemos ganado tiempo y podemos considerarnos unos privilegiados respecto a nuestros antepasados, a pesar de que, tal y como indicamos en el artículo EL GRAN ENGAÑO DEL PROGRESO, la ganancia en excedente de tiempo del hombre actual sea mucho menor de lo que debería ser.

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LOS DOS TIEMPOS

Simplificando, podemos decir que nuestro tiempo de vida se divide de forma natural en tiempo cautivo tiempo libre.

El tiempo cautivo es el que debemos destinar a cubrir nuestras necesidades biológicas y nuestra supervivencia y el tiempo libre es el excedente de tiempo que podemos dedicar a lo que nos plazca.

Pero fijémonos con mucha atención en qué se ha convertido el tiempo libre en la sociedad actual.

En nuestras sociedades, al tiempo libre, también se lo considera o se lo denomina “tiempo de ocio”. De hecho, en la actualidad, “tiempo libre” y “tiempo de ocio” son prácticamente sinónimos.

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Puede parecer un inocente giro lingüístico sin importancia, pero es algo que esconde en su interior mucho veneno y que es un reflejo inconsciente y muy evidente de cómo el Sistema nos manipula a su antojo.

Cuando hablamos de “tiempo libre”, estamos hablando de un valioso excedente de tiempo que podemos emplear en cualquier tipo de actividad. Esas actividades pueden incluir, obviamente, el ocio y la diversión, pero también pueden incluir la construcción personal, pensar y analizar el entorno con espíritu crítico, crear cosas o directamente luchar con todas nuestras energías por aquello que consideramos justo.

Ese “tiempo libre” sería pues, un tiempo invertido en llegar a ser todo aquello que nosotros decidamos ser.

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Curiosamente, en el momento en el que equiparamos “tiempo libre” con “tiempo de ocio y diversión”, eliminamos de la ecuación todas aquellas actividades que más contribuyen a nuestro crecimiento personal y a la toma de conciencia de nosotros mismos y de nuestra existencia.

Estamos pues, ante un caso de programación mental sutil, aunque nadie la haya implementado de forma premeditada.

Esa programación sutil nos lleva a que en la sociedad actual, el tiempo de los individuos quede dividido en 2 partes bien diferenciadas: tiempo de trabajo y tiempo de ocio, que sustituyen a los originales tiempo cautivo y tiempo libre.

Eso influye decididamente en la percepción que tenemos de nuestra propia existencia.

Así, en nuestra mente, el tiempo de trabajo acaba significando obligación, deber y carga.

El tiempo de ocio, por contra, acaba significando libertad, derechos y ligereza.

La continua contraposición entre estos dos modelos de tiempo generan una dinámica que, como un motor eléctrico, nos hace avanzar sumisa y monótonamente a lo largo de la cuadrícula del calendario, día tras día, semana tras semana, desde muy temprana edad hasta el final de nuestra existencia.

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Es algo parecido a un perpetuo mecanismo de castigo y recompensa, un bucle incesante “trabaja-descansa-trabaja-descansa-trabaja-descansa…”, al que también podríamos calificar como “obedece-olvida-obedece-olvida”.

Esa es la función principal del “tiempo de ocio” en el mundo actual: que olvidemos por unas horas que durante el resto del tiempo obedecemos ciegamente como esclavos.

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La sociedad nos dice que debemos olvidar, evadirnos, distraernos…no pensar en el sentido de nuestra existencia, no preguntarnos quiénes somos, qué hacemos aquí y sobretodo, no cuestionarnos cómo empleamos ese valioso e intransferible tesoro que es nuestro tiempo de vida.

Pero, ¿qué mecanismo nos induce a identificar nuestro tiempo libre con tiempo exclusivamente de ocio?

¿Qué proceso nos ha conducido hasta esta situación?

A este proceso lo podríamos calificar como “proceso de banalización” y como veremos, se trata de un mecanismo utilizado por el Sistema a lo largo de los tiempos, cuyo objetivo final es desviar nuestra atención de todo aquello que tenga un valor absoluto y real y inducirnos a centrar la atención en objetos de valor vacío.

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EL PROCESO DE BANALIZACIÓN

A lo largo de la historia, los seres humanos hemos caído víctimas de un extenso mecanismo psicológico que nos ha llevado, sistemáticamente, a trivializar el valor de todo aquello por lo que hemos luchado o hemos creído.

Ese proceso lo hemos experimentado de forma muy clara en lo relativo a la conquista de nuestro excedente de tiempo, pero también lo vemos reproducido cuando hablamos de las conquistas de derechos sociales o políticos o de acceder a los recursos que garantizan nuestra subsistencia.

Es un proceso que se divide principalmente en 3 fases temporales:

FASE 1-RESTRICCIÓN

Se restringe el acceso al “objeto” que se convertirá en herramienta de control.

Por ejemplo, durante siglos, la mayor parte de la población ha visto restringido su acceso a las necesidades mínimas de subsistencia, como son comida, vivienda o transporte.

Mientras se encuentra inmerso en esta fase, el individuo dedica todo su tiempo a luchar por su supervivencia, lo que no le deja tiempo, espacio ni energías para el desarrollo de su conciencia individual.

17 de Mayo, día del campesino. Foto: Ismael Francisco/Cubadebate.

FASE 2-BANALIZACIÓN

A medida que se permite el acceso paulatino al objeto restringido, se banaliza progresivamente su auténtico valor y se crean objetos asociados de valor vacío a los que se deriva ese valor.

Durante esta fase, el individuo accede cada vez con menos dificultad a la comida o la vivienda, por poner dos ejemplos, hasta que paulatinamente acaba accediendo a un vehículo propio, un electrodoméstico o una elegante vestimenta, hechos que considera una gran conquista social, en contraste con las carencias arrastradas en la fase anterior.

Esta fase culmina cuando el individuo empieza a olvidar el valor absoluto de la comida de cada día y empieza a conceder el máximo valor a esos objetos superfluos de valor relativo a los que acaba de acceder.

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FASE 3-DEPENDENCIA Y EXCESO

Una vez vertido el valor del objeto original en un número creciente de objetos de sustitución vacíos, se generan mecanismos de dependencia hacia ellos.

En esta fase, la vida del individuo se ve inundada por objetos sin valor absoluto, a los cuales acaba considerando como su única realidad y su único sueño y de los que acaba dependiendo psicológicamente: el modelo de coche más potente, el último móvil de nueva generación, las novedosas zapatillas de marca con colores cegadores o la entrada para el macroconcierto de la siliconada estrella del pop que esté de moda.

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Llegados a este punto, en la mente de los individuos se produce una alteración en la percepción de los valores.

Aquello que el individuo tanto anhelaba en la fase 1 y por lo que tanto había luchado, no solo ha pierde todo su valor para él, sino que se ve sustituido por un conjunto de mecanismos vacíos que lo condicionan hasta la esclavitud.

De hecho, una vez inmerso en la fase 3, el individuo está tan esclavizado psíquicamente que es incapaz de recuperar el sentido sobre lo que tiene valor real y lo que no lo tiene.

Por ejemplo, si en un determinado momento, al individuo se le niega el acceso a lo obtenido en la fase 3 y se le lleva de nuevo, a la fase 1 o la 2, veremos que lucha denodadamente, no por cambiar el sistema que lo esclaviza, sino para recuperar de nuevo lo que le fue concedido en la fase 3, convertido en el único sueño que alberga su mente programada.

Para entenderlo mejor, supongamos una situación hipotética:

Imaginemos a un hombre inmensamente rico, un potentado poseedor de un yate de lujo, coches de alta gama y caros chismes de alta tecnología, que por un golpe del destino, cae en la ruina por culpa de una crisis económica…¿Cual será su sueño mientras se ve confinado en un humilde piso de alquiler del extrarradio? ¿Cuál será su gran anhelo?
¿Crear un mundo más justo y mejor en el que todo el mundo pueda vivir con dignidad o llegar a recuperar como sea todos esos lujos de los que antaño disfrutó?

La respuesta es obvia. Su único sueño será recuperar los “privilegios” de lo que disfrutaba en la fase 3, simple y llanamente, porque es un esclavo psíquico de esos elementos.

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Como vemos, el Proceso de Banalización se convierte en un mecanismo de control perfecto, destinado a mantenerse eternamente en funcionamiento, como un móvil perpetuo.

Y este proceso, también lo estamos experimentando con nuestro excedente de tiempo.

Tras largos siglos de restricciones, a medida que hemos conseguido disponer de mayor tiempo libre, este ha sufrido un imparable proceso de banalización, hasta culminar en su sustitución por “tiempo de ocio” en la actualidad.

Y ese proceso de trivialización de nuestro tiempo aún no ha culminado: el futuro se presenta aún mucho más tenebroso.

Diversas prospecciones sobre el futuro de la humanidad, indican que las técnicas de robótica avanzada sustituirán en gran parte el trabajo realizado por el ser humano y ese hecho repercutirá en un incremento aún mayor de nuestro excedente de tiempo.

Paralelo a este proceso, experimentaremos el ascenso imparable que vivirán las técnicas de Realidad Virtual.

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Así pues, la combinación de ambos factores, amenazan con convertir la vida futura del ser humano en un derroche de tiempo excedentario, invertido casi en su totalidad en el ocio y la evasión de la realidad, que se convertirán en una adicción existencial sin la cual las personas no sabrán vivir.

Si no hacemos nada por cambiar la deriva actual de forma urgente, los seres humanos del futuro pasaremos la mayor parte de nuestras existencias inmersos en mundos imaginarios de videojuego donde podremos olvidarnos definitivamente de quienes somos y de cualquier atisbo de construcción personal y toma de conciencia individual, elementos esenciales para cambiar las cosas, no solo en nuestras propias vidas, sino en la sociedad y el mundo en general.

Será el triunfo definitivo de la maquinaria del Sistema sobre nuestra individualidad y será un triunfo basado en gran manera en la perversión de nuestro excedente de tiempo.

EL ARTE DE PERDER EL TIEMPO

Lo cierto es que la sociedad actual ha convertido la pérdida de tiempo en un auténtico arte.

En cierta manera parece que el hombre occidental busca desesperadamente cualquier manera de entretener su cerebro, con el fin de evitar ponerse ante el espejo o reflexionar profundamente sobre su existencia.

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Vivimos inmersos en algo parecido a una incesante huida de nosotros mismos, traducida en mil y un tipo de distracciones: miramos la tele, vamos al fútbol, al cine, navegamos por Internet, derrochamos horas jugando a videojuegos o inmersos en las redes sociales, o incluso leyendo novelas o practicando deporte, actividades estas últimas, que tenemos subidas en un pedestal, pero que en cierta manera también utilizamos para no pensar por nosotros mismos y no mirarnos al espejo.

Cualquier distracción es válida si contribuye a escondernos de la mirada inquisidora de nuestra conciencia.

Como es evidente, no estamos diciendo que divertirse o entretenerse sea algo malo; a todos nos gusta y todos lo necesitamos, pero nadie puede negar que en la sociedad actual el ocio y el entretenimiento se han convertido en el nuevo opio del pueblo.

Incluso las creaciones culturales destinadas a hacernos reflexionar o despertar nuestra conciencia han acabado formando parte del entretenimiento masivo.

El gran problema no es que banalicemos nuestro excedente de tiempo, sino que con ello banalizamos también nuestros anhelos y nuestros sueños y por lo tanto, nuestro futuro.

Y es que el mundo en el que vivimos sigue mecánicas demenciales y ni tan solo nos damos cuenta de ello.

Utilizamos gran parte de nuestro tiempo trabajando, con el fin de ganar dinero con el que poder comprar tiempo que malgastar.

Es así de triste.

Vendemos tiempo para comprar tiempo que perder

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Trabajamos cinco días a la semana para poder malgastar los otros dos “libremente”.

Y a eso lo llamamos “llevar una vida de provecho”.

Por lo visto, una vida provechosa es aquella en la que todo el tiempo disponible se utiliza en ocultarse de uno mismo.

¿Quién nos habrá inculcado una idea tan perniciosa?

Como podemos ver estamos inmersos en una batalla soterrada por el control de nuestro excedente de tiempo.

Porque en el fondo, ese es el tesoro oculto que todos los individuos tenemos y del que el Sistema quiere apoderarse.

De la gestión y control de ese tiempo, depende que toda la estructura siga en pie o acabe siendo demolida.

¿Seguiremos derrochando nuestro tiempo en tonterías?